martes, 11 de agosto de 2015


LA DESAPARICIÓN DE LA HIJA Y EL NIETO DE SONIA TORRES Y SUS VINCULACIONES CON LA IGLESIA Y LA JUSTICIA

 

El 5 de agosto de 2015 comparecí como testigo ante el Tribunal Federal en lo Criminal N° 1 de Córdoba en el Juicio de La Perla, respecto de las violaciones a los Derechos Humanos durante la Dictadura Militar.

 

Mi inquietud por el caso surgió a partir de que fui convocada por la jueza federal Cristina Garzón en noviembre del 2008 a declarar en la causa vinculada con la desaparición de la hija de Sonia Torres, Silvina Parodi de Orozco, y de su nieto, nacido en cautiverio.

 

Estuve detenida 6 meses en la cárcel del Buen Pastor, entre marzo y setiembre de 1976, incomunicada y sin reconocimiento legal de mi situación a mis familiares por parte del Tercer Cuerpo de Ejército. Luego fui trasladada a la Unidad Penitenciaria San Martín una semana y de ahí a la Unidad de Detención de Villa Devoto en Bs As. En total estuve presa, sin causa ni proceso legal, a disposición del Poder Ejecutivo Nacional durante 3 años. Salí del país haciendo uso del Derecho de Opción y recién puede regresar en diciembre de 1983, cuando se levantó el estado de sitio.

 

Sonia Torres sostiene desde hace 39 años que su hija Silvina estuvo en la misma unidad carcelaria que yo, el Buen Pastor, cuando en julio de 1976 su hija habría tenido a su bebé, que sigue desaparecido. Silvina fue secuestrada en marzo, cuando su embarazo tenía 6 meses. Durante mi permanencia en el Buen Pastor tuve contacto con varias embarazadas y luego de mi traslado supe que llevaron a varias más, algunas de las cuales venían del Campo de la Rivera. Frente a la jueza, testimonié lo que sabía: que ninguna de ellas coincidía con las fotos que me mostraba, entre las cuales, estaba la de Silvina. Pero luego la jueza me mostró un plano de la Penitenciaría Unidad San Martín y me preguntó si reconocía sus dependencias, le dije que no, pues yo solo había estado allí menos de una semana, de paso, en ocasión de mi traslado desde el Buen Pastor a Devoto.

 

Al regresar a mi casa me pregunté por qué me había mostrado ese plano y no el del Buen Pastor, que era, en realidad, el tema por el que me habían citado y donde yo había estado seis meses. Sentí que había una manipulación de mi testimonio y que mi respuesta obturaba la búsqueda de la verdad para esa abuela. Me interesé por el caso. En ese marco, profundicé mi búsqueda por encontrar a las madres y hermanas de la mencionada orden que yo había conocido durante mi detención.

 




Edificio original del Buen Pastor

 



Fuente en el actual Paseo del Buen Pastor próxima a los antiguos calabozos.

 

Desde mi regreso del exilio, no había logrado contacto con las madres. En diciembre de 1983 fui al edificio de la calle Buenos Aires del Buen Pastor con el propósito de verlas. Se encontraba a cargo de personal penitenciario, quienes me manifestaron que ya no estaban y no se conocía su destino. Me llamó la atención.

 

Con posterioridad, gran parte del edificio fue demolido. En el 2008 se inauguró, en su lugar, el Paseo del Buen Pastor, con patios de comidas, negocios y lugares de recreación.

 

En el 2009 tuve conocimiento de que existía el relato de una muchacha que, siendo novicia, aseguraba que había estado presa con Silvina en unos calabozos del Buen Pastor y que había dicho que el hijo se llamaba Efraín Daniel. Entonces, fui a conocer el nuevo Paseo. Recorrí su plano, ya parcialmente demolido, y comprobé que existían zonas que no correspondían ni al lugar de mi alojamiento, el de las llamadas “subversivas”, ni al de las “comunes”, ni a las dependencias de las hermanas. Por ello, concluí que el relato de la novicia era perfectamente verosímil. En el Paseo, habían emplazado una escultura de una mujer con el vientre hueco, en una fuente. Parecía una metáfora.

 

Por una casualidad, casi al mismo tiempo, supe que las monjas se hallaban en el geriátrico San Camilo, en Molinari, cerca de Cosquín, y decidí ir a visitarlas.

 

 

1er visita. Enero 2009

 

En enero de 2009 fui al geriátrico San Camilo. Se entra atravesando un portón corredizo. Hay un gran jardín alrededor de un edificio antiguo, con escalinatas y cierto señorío. Una estatua muy alta de un santo cuyo nombre no retuve.

 

Entré hasta el edificio del fondo, detrás del que estaba en la parte de adelante, donde se hallaban alojadas personas comunes. Encontré a la Madre Angélica Olmos Garzón, que había sido la Rectora o Directora de la orden en 1976. Cuando me presenté, me reconoció inmediatamente y dijo: “Sí, me acuerdo, sos la hija del Ingeniero Marrone.”

 

Empezamos a recordar nombres de chicas que habían estado en ese tiempo detenidas conmigo. Lo hacía mejor que yo, recordaba fechas de ingresos y egresos de cada una, apellidos, doble apellidos. Lo hacía con ternura, la misma que había mostrado cuando estuvimos a su cargo. En el medio de la charla, incluí el nombre de Silvina Parodi. Respondió con firmeza y cierto enojo:

 

-“Esa no estaba con vos”.

 

Le conté que estaba ayudando a “Abuelas” a encontrar a sus nietos y el caso de Silvina. Y dijo:

 

- “A esas yo no las quiero. No quiero saber nada con esas. Son subversivas”.

 

Cambió el tema y pidió que la trasladara a otra sala donde tomar un té que nos convidó su sobrina. En la charla recordó que el día de su cumpleaños le habíamos escrito una carta las 26 “especiales”, como ella nos llamaba. Pidió a su sobrina que buscara en una carpeta amarilla que tenía en su armario. Era una carta con la firma de todas nosotras. Reconocí la mía. La carta era un agradecimiento al hecho que nos hubieran permitido mantener contacto con nuestras familias, en momentos donde estábamos incomunicadas. Angélica la había guardado 33 años.

 

Luego le dijo a su sobrina que sacara una fotocopia y le dijo:

 

-“Dásela a Cristina para que la ponga”.

 

Cuando le pregunté si la mencionada Cristina era la jueza Cristina Garzón y si era familiar de ella, me dijo que sí, pero cambió de tema. Tuve la sensación de que la madre, al recordar su existencia y plantearse darle una copia a la jueza, lo hizo para dar testimonio de que existía un reconocimiento a su buen trato para con presas políticas durante la dictadura. Y supuse que deseaba que la “ponga” en el expediente en curso.

 

Cuando me estaba por ir, dijo:

 

-“Había una chica con una herida en la pierna. Los militares la tenían en una piecita. Se entraba por la calle Bs. As.”

 

Si bien no relacionó esta chica con el caso de Silvina, este dato confirmaba la existencia de detenidas políticas que no estaban en el mismo sector que nosotras, las “26 especiales”. Luego me pidió mi celular y me dio el suyo.

 

2da visita. Mayo 2009

 

La visita se desarrolló en un pasillo frente al comedor donde se preparaba la fiesta de los 100 años de la Madre Inés. Este día las monjas tenían puesto un traje blanco con cofia y vivillos azul Francia. Cuando llegué, un hombre mayor, con traje de sacerdote, que también habitaba en el geriátrico, me indicó el lugar donde hallaría a la madre Angélica. Las habitaciones tenían nombre y número.

 

Mientras esperaba, otra madre me dijo que las fiestas de cumpleaños le daban tristeza por recordar otras fiestas, que no veía bien, a diferencia de Angélica quien según ella: 

 

-"Es un bocho, se lee todo y hace las palabras cruzadas".

 

Estaban presentes varias madres y hermanas, casi todas en sillas de ruedas. La madre Angélica me reconoció enseguida,

 

“-Hola- me dijo muy amable y con una sonrisa. -Sí, me acuerdo, Laura, la hija del Ingeniero.”

 

Me pidió que acercara el carro de otra madre para que participara de la charla. Era la madre Esther, quien había sido la Directora de la Unidad penitenciaria del Buen Pastor en 1976. Esta no me recordaba y, al oído, Angélica le comentó: “Era de las extremistas”, ayudándole a recordar.

 

En voz alta le recordé la búsqueda en la que me hallaba:

 

-“¿Recuerda, madre, que estamos buscando al hijo de Silvina? Bueno, le cuento que hemos avanzado un montón, porque ahora tenemos el testimonio de una chica que estuvo presa con ella en los calabozos del Buen Pastor, allí por donde ahora está la fuente de la foto que le mostré. Esta chica dice que Silvina le puso Efraín Daniel a su hijo."

 

Al escuchar esto, la madre que estaba al lado, la de la tristeza, afirmó:

 

-“Yo me acuerdo de esas chicas, eran dos, me acuerdo porque yo les llevaba la comida al calabozo, la que tuvo el chico, era hija de un militar. ¿Está viva todavía?”

 

Yo no sabía que Silvina era hija de militar. El dato certificaba que ella hablaba de la misma persona que yo buscaba. Le respondí:

 

-“Viva está una de ellas, la que era novicia. La otra, la que tuvo el bebé no, y su hijo es el que buscamos. ¿Cómo se llama Ud., madre?”.

 

Angélica interrumpió con sorpresa:

 

- "¿Cual estudiaba para monja?" distinguiendo una de otra.

 

-"La que relató que estuvo con Silvina" y dirigiéndome a la otra le reiteré mi pregunta:

 

- “¿Cuál es su nombre, madre?”  

 

-“Nilda Herrera. Yo era la madre Vice-rectora”- respondió.

 

Inmediatamente la madre Angélica interrumpió:

 

-“Yo no me acordaba, cuando me preguntaron las autoridades yo no me acordaba”

 

-“Madre, pero ahora que se acuerda, no recuerda qué hicieron con el bebé? Esta muchacha asegura que Silvina fue algunas veces a darle de mamar a su bebé a otra dependencia.”

 

Luego me acercó a su cara con la mano y en secreto susurró:

 

- “Perdoname. Perdoname. Perdoname.”

 

Le respondí:

 

 - “Madre, usted fue muy buena con nosotras, pero deme una punta para ayudar a esa abuela, que está viejita, a conocer a su nieto”.

 

- “Vení otro día, a la tarde, con más tiempo”.

 

Luego se llevaron a todas las madres al comedor y una celadora me indicó que la madre Nilda quería hablar conmigo, que me acercara a su silla.

 

Entré al comedor y Nilda me acercó a su cara, igual que antes lo había hecho Angélica y en voz muy tenue, bajo la mirada casi de censura de Esther afirmó:

 

-“Hay un chico en Río Cuarto, que estudiaba para doctor, pero no quiere saber nada”.

 

-“¿Es el hijo de Silvina?”, le pregunté. No dijo nada más, solo agregó:

 

-“Eran tiempos muy duros, muy difíciles para nosotras”.

 

Le di mi teléfono y le dije que si quería decir algo más me llamara.

 

3er visita. Julio de 2009

 

Volví dos meses después. La madre Angélica nuevamente conversó con fluidez acerca de la situación política nacional durante más de 90 minutos. Me comentó que desde que había dejado de ser la madre superiora había aprendido a manejar la computadora y que durante un tiempo había llevado la parte administrativa de la orden.

 

Todo bien,  hasta que le toqué el tema de Silvina Parodi.  No quiso hablar más y comenzó a manifestar dificultad para hablar. Volví a pedirle piedad para con la abuela Sonia Torres:

 

-“No se lleve este secreto a la tumba, madre”. Pero no habló más.

 

Entonces me fui a ver a la madre Nilda Herrera. La encontré en la cama. Me dijo muy angustiada que no quería meterse en líos, que tenía miedo, y me pidió que me fuera.

 

Al salir tropecé con la hermana Asunción. Le saqué el tema y me reconoció que conocía a Silvina, que los bebés usualmente se entregaban a la familia o a la Casa Cuna tanto para los de las presas como los de las “alojadas”. Cuando le comenté de la otra persona, la que estudiaba para monja, contestó muy enojada:

 

-“Esa no era monja, no tenía vocación, por eso dejó los hábitos”.

 

O sea que, sabía de quien yo hablaba.

 

Ampliación de declaración ante el Juzgado N° 1

 

Con toda esta información me presenté al Tribunal Federal a ampliar mi declaración. La persona que me recibió, una mujer joven, cuando comenzó a escribir quedó visiblemente sorprendida y preguntó:

 

-“¿Usted sabe lo que está diciendo?”.

 

Le contesté que sí y que a su vez, yo le preguntaba a ella  por qué no habían llamado a declarar a las monjas por este caso. Respondió que la jueza había dicho que era inútil, dado que estaban muy viejitas y con Alzheimer. Le contesté que no coincidía con mi experiencia ya que manejaban la computadora, celular y leían el diario.

 

Al finalizar mi declaración llamó a Mirta Rubín, la secretaria del Juzgado para que me escuchara y ésta, a su vez, llamó a la propia jueza, Cristina Garzón. Mi sensación fue que mi testimonio le disgustó. A esa altura, yo ya sabía que Cristina Garzón era la sobrina de la Madre Angélica Olmos Garzón. Al finalizar me preguntó si mi madre vivía sola en Córdoba. Esa pregunta, totalmente fuera del caso, la sentí como una advertencia.

 

Finalizada esta amarga experiencia indagué sobre la historia de la Orden del Buen Pastor, y la relacioné con los conocimientos que tuve durante mi estancia en esa unidad, de lo que ocurría con las otras detenidas, las “comunes”.

 

La práctica de entrega de bebés de muchachas embarazadas, presas comunes o “alojadas”, a familias adoptantes era frecuente en esa Orden. La cárcel del Buen Pastor era asistida por un sacerdote llamado Luchessi (la escritura puede tener errores ortográficos). Monseñor Primatesta, entonces Arzobispo de Córdoba, tenía la sede del mismo obispado frente al propio Buen Pastor, y alguna vez, según las propias monjas, había visitado esa unidad carcelaria durante el tiempo que refiero. La Orden habría sido disuelta en 1978.

 

Supe que, luego de mi testimonio, las madres mencionadas fueron convocadas a declarar en el juicio de referencia. Pero la madre Nilda Herrera falleció unos días antes, por lo que su testimonio no pudo ser ratificado frente a la jueza. Desconozco si la hermana Asunción fue citada o si se continuó preguntando al resto de las hermanas.

 

Terminé mi testimonio, solicitando al Tribunal que  investigara lo dicho a fin de dilucidar las redes entre la justicia, la iglesia y los militares durante la dictadura militar que habían impedido a la fecha, devolver la identidad al hijo de Silvina.

 

Hice un reconocimiento a los muchos militantes de los derechos humanos que ayudaban a las abuelas, como Sonia, a buscar a sus nietos. Y dediqué este esfuerzo personal por el caso, a la memoria de los hermanos Hunziker, Héctor (21), Claudia (20) y Diego (17), torturados y asesinados por el Tercer Cuerpo de Ejército, con quienes compartí juegos infantiles e ilusiones de juventud.

 

 

Laura Marrone

Buenos Aires, 5 de agosto de 2015

 

 

 

 

Escultura en la fuente del actual Paseo del Buen Pastor

 

Breve reseña...

 

 A fines del siglo XIX llegan las religiosas de la congregación Nuestra  Sra. De la Caridad del Buen Pastor procedentes de Francia, y luego de un breve tiempo en el que se encargan de educar a niñas pobres y huérfanas en los quehaceres domésticos e intervienen en su reinserción social, el gobierno provincial les asigna la dirección de reclusas de la cárcel correccional de mujeres, y pasan a depender del Ministerio de Gobierno y el auxilio de la Guardia de la Policía.

La población carcelaria incluía mayoritariamente infractoras a la ley de profilaxis, es decir prostitutas.  El gobierno provincial les dona el terrero de la Av. Hipólito Irigoyen, situado en el “tradicional”  barrio de Nueva Córdoba, y así funciona formando parte del Servicio Penitenciario Provincial (se trata del predio que hoy De La Sota convirtió en Paseo del buen Pastor).  Hacia los años setenta, fueron a parar detenidas allí mujeres de organizaciones armadas (ERP y Montoneros) y se produjeron fugas “legendarias”, dada la mínima seguridad con la que contaba el servicio. 

Durante todo el año 1976,  y los primeros meses del 77, la cárcel del Buen Pastor funcionó como CENTRO CLANDESTINO DE DETENCIÓN, formando parte del sistema de Terrorismo de Estado, intervenidas por las Fuerzas Armadas, el Tercer Cuerpo. Fueron detenidas allí decenas y decenas  de militantes políticas cuya presencia en el lugar nunca era reconocida oficialmente, aunque las familias concurrían a llevar ropas y comidas a las presas y obtenían muchas veces, a través de las monjas, información sobre su estado allí. Este fue el caso de Silvina Parodi 

 

 

2 comentarios:

  1. Vamos Laura !!! Gracias por tu "voz" !!! un abrazo amiga!! nos vemos el 25 !!!

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  2. Vamos Laura !!! Gracias por tu "voz" !!! un abrazo amiga!! nos vemos el 25 !!!

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